Epílogo de un after-office de género y oficio en casona sito en pleno corazón de Recoleta. Entre mezclas generacionales e idiomas varios (exento el castellano, se destilan frases en inglés, francés y portugués del otro lado del corredor), una manada de refinados empresarios enrolados en la industria musical se despiden casi confraternizando, apretón de manos de por medio, del anfitrión del ágape, casi tan formalmente como si estuvieran ante un magistrado del Tribunal Supremo de Justicia.
Al compás, el servicio de catering repostero pasa a recoger la desierta vajilla, que alguna vez portó dulce, azúcar y demás manjares derivadas de ellos. Una escena que, a modo de paralelismo, reúne todas las condiciones para ser catalogada como el clásico (léase ritual) five o´ clock tea inglés. En este marco contextual y cognitivo, bandejas de aventureros camareros y sus secuaces hacen viaje de ida y vuelta por los diferentes pisos y ambientes, inmiscuyéndose en medio de un denso alud humano (encarnando fielmente al vendedor de gaseosas de espectáculos deportivos), que se encamina hacia la puerta de salida con puntualidad británica.
La holgada sala de convenciones, en concordancia con el resto de la propiedad de estilo arquitectónico gótico, ostenta obras de arte y esculturas de alta gama en su interior. No obstante, el Art Decó vive bajo el mismo lecho, haciendo alarde de su presencia en tonos e iluminación relajantes y tenues en ocre, azul marino y negro, haciendo juego con muebles tapizados en cuero selecto. Un cristal tamaño cine, cual vidriera, invita a avizorar, de forma panorámica, la vorágine de la city porteña y su respectivo río.
Alegóricamente, en ese confortable tren de la opulencia, el protagonista aparece echado sobre almohadones en un entorno al estilo Imperio Romano, llevando consigo la prestigiosa corona del emperador. Como buen leonino, estaría expectante de que todos giraran a su alrededor y estén a sus pies, portando enormes fuentes con exóticos y exquisitos manjares, al igual de quienes se encargarían de tal tarea. Asimismo, deambularía por un caserón con túnica de seda blanca como el algodón, sandalias y atragantándose con cuantiosos racimos de uva. Pero todo ello se esfuma fugazmente, de la misma manera que lo hace una estrella, siendo parte de un mundo imaginario e ilusorio, con un paraíso maravilloso donde nada es imposible. Aunque en la Argentina, fuera de supuestos y como bien se sabe, un régimen político como este es inconcebible. Tan inviable como que el euro camine hacia el barranco en su cotización.
Cargando un smoking de etiqueta color champagne, camisa beige y corbata escocesa a rayas, irradia un aroma cautivante conforme a un prêt à porter. Nada más elegante que un gentleman con dotes naturales y auténticos, propios de un dandy, que se hace recordar por su perfume. Es una persona de talla elevada, delgado, de tez clara, cordial, educado, admirablemente prudente y signado por su buena disposición para los quehaceres cotidianos. Bajo esa filosofía, quienes lo conocen afirman que nunca tira la toalla, que posee un brazo difícil de torcer y que no se achica ante ningún desafío que la vida le sirve sobre su fastuoso escritorio. Son pocas las personas que pueden llevar con orgullo el mote de “hombre de palabra”, y el sujeto de cabello y moustache gris ceniza es uno de ellos.
Dado el hipotético caso de toparse con la disyuntiva si o no por su camino, jamás vacila entre la segunda opción. La óptica positiva es una constante en su discurso. Un profesional a prueba de balas que cuelga con el cartel de “el trabajo es salud” y que, con ánimo triunfalista, confía a ciegas en su idoneidad para seguir dejando su marca registrada, continuar escalando posiciones y conquistando éxitos en esa voraz búsqueda por lo divino, por saborear las mieles y los laureles del éxito que carga en su mochila de hitos personales.
Se trata de un gerente que, a poco de rozar las cuatro décadas, creció muy deprisa, aprendiendo de sus pasos sean del color que fueren y primordialmente, disfrutando de su nata vocación. En ese cruzada, pulula como pez en el agua, codo a codo, con los grandes círculos del rubro. Allí donde la imagen, el look, el glamour y la sensualidad son un pilar en sí mismo, convertido en un menester de oro para este manager de contenidos de un renombrado sello discográfico. De esta manera, se vislumbra a un sibarita insaciable en el afán de complacer un impulso carnal como la lujuria, aquel que se concibe como un galardón por sus correligionarios y como un tabú o una materia prohibida socialmente por quienes están en sus antípodas.
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